In Barbastro, Foro B21, General

por Toni Buil, miembro del Foro B21

Publicado en Ronda Somontano el 21 de Mayo de 2.019

Vivimos en una época y en un país en el que el descredito afecta a la totalidad de la clase política. Como toda conclusión simple encierra porciones de verdad, de injusticia y, también de complacencia. Ese desprestigio tiene su principal causa en  la desvergonzada utilización  del poder otorgado por los ciudadanos en beneficio  de los partidos y, en demasiados casos, de algunos bolsillos. Una práctica vergonzante  en la que lo público y lo privado se confunden y desdibujan en una mixtura viscosa que lo embadurna todo. Lavar esta imagen costará mucho tiempo.

Paradójicamente,  “otro gallo nos cantaría” si  nuestros representantes en cualquier administración, por supuesto no se apropiaran de lo ajeno, pero se condujeran en la gestión  pública como si de un asunto propio se tratara, como lo harían con sus bienes  o con su empresa.

Porque si tuvieran encomendada la gestión de una compañía, tratarían periódicamente de conocer la satisfacción de los beneficiarios de sus servicios; analizarían con datos la rentabilidad de los gastos que realizan para maximizar el beneficio con el menor desembolso; pedirían la opinión de los trabajadores para conocer su satisfacción y de esa manera diseñar la organización más eficiente; se dejarían la piel viajando para tratar de vender su producto y recurrirían a sus mejores contactos para conseguir el éxito; le darían al accionista la información más transparente sobre el modo en el que se invierte su dinero y, por supuesto, planificarían con ambición el futuro de la empresa. Y si todo esto no lo hicieran, no duden que serían despedidos o que deberían cerrar su negocio.

Si el político identificara la ciudad con su propia casa ¿Toleraría que las paredes o los pasillos presentaran el aspecto de algunas de nuestras calles y fachadas?  ¿Corregiría al compañero de piso  que  tirara desperdicios por el suelo? ¿Aceptaría resignado, como si se tratara de un destino fatal, el reiterado comportamiento incívico de algún vecino de su escalera? ¿Trataría de que el lugar en el que recibe a sus visitas presentara el mejor de los aspectos?

Es cierto que  también esa recomendación debería alcanzar al ciudadano. En demasiadas ocasiones se considera la calle, y por extensión la ciudad,  no como un espacio propio (de todos) sino como el de nadie: tirar papeles o colillas al suelo, desatender el decoro de las fachadas o locales, confundir el estruendo y la estridencia con la fiesta. Estos comportamientos, y otros más graves, son demasiado frecuentes, contemplados por muchos sin el menor sonrojo y, en apariencia, tolerados por las autoridades.

Pero la responsabilidad del ciudadano no acaba en respetar las elementales normas  de convivencia (cuyo incumplimiento está obligado a sancionar la autoridad), sino también en la asunción de un compromiso activo en la vida de la ciudad. Puede que resulte más cómodo asistir impávido a lo que se hace mal o a lo que no se hace, pero tarde o temprano todos lo pagamos.

El próximo domingo depositaremos nuestro voto en las urnas. Tal vez deberíamos juzgar si los que nos han gobernado lo han hecho con una diligencia similar a la que emplean para sus propios intereses. También si los que quieren reemplazarles nos  ofrecen  la credibilidad y la garantía suficiente para, en su caso, mejorar la gestión. Tomemos esa decisión también con el mismo rigor y la misma exigencia con las que decidiríamos sobre nuestros propios asuntos.

En ninguna elección es tan trascendente nuestro voto como en las municipales. Ejerzámoslo masivamente, con espíritu crítico, dejando de lado el conformismo y con la misma ambición para la ciudad con la que planearíamos nuestro futuro o el de nuestros hijos.

 

 

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