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LAS BOLSAS DE POBREZA Y EL COVID EN LAS COMARCAS ORIENTALES DE HUESCA

Por Eduardo Pérez Barrau

Cuando llegó el verano el virus seguía allí. Esta frase bien puede describir el estado de incredulidad y consternación con que nos despertamos tras el anuncio de la aparición de brotes de coronavirus en distintos puntos de nuestra geografía. El establecimiento, nuevamente, de medidas para restringir el movimiento y la reunión de las personas y el daño a las expectativas económicas es todo un recordatorio de que la actual desescalada es una cuesta que todavía queda por subir y que las ilusiones estivales de normalidad distan mucho de hacerse realidad.

La cuestión central es que no basta con rechazar algo por incómodo, por desconocido o por lesivo para evitar que ocurra. Pasa con la pandemia que estamos padeciendo y pasa con su mayor acelerante, la pobreza. También ocurre con la estupidez, un coagulante capaz de tirar por tierra cualquiera de los mejores esfuerzos sanitarios y económicos para salir de esta situación.

Nuestro territorio, desgraciadamente, no es ajeno a estas dinámicas de estupidez de unos cuantos y de pobreza de otros muchos. Nos acompañan, en mayor o menor grado, desde el inicio de los tiempos. El problema, como ha pasado en las localidades vecinas, es que se entremezclen estos ingredientes con la situación epidemiológica que estamos padeciendo. El resultado, previsible, ha sido la multiplicación de los rebrotes víricos y la amenaza sanitaria, con todo lo que ello implica.

Sobre la estupidez poco se puede hacer, salvo desear que no tenga consecuencias más allá de aquél que la practica, pero sobre la pobreza se puede y se debe actuar porque esta realidad, a la vista de todos y agravada por la pandemia, se viene gestando desde mucho tiempo atrás.

Sorprenderse, ahora que es noticia, de las condiciones de trabajo de los temporeros o de sus deplorables alojamientos es ignorar que, hace pocos meses atrás, las infraviviendas ya existían en nuestros barrios, las mafias laborales ya pervertían el trabajo y los pisos patera ya eran refugio de los más excluidos.

Poco o nada se ha hecho para atajar esta pobreza estructural que, aunque minoritaria, ha encontrado en la dejadez de las administraciones públicas el espacio ideal para reproducirse. Una profunda irresponsabilidad que nos aleja de la igualdad y del respeto a la ley que debe adornar cualquier sociedad civilizada

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