In Barbastro, Foro B21, General

COMPORTAMIENTOS ECONÓMICOS EN LA CRISIS

Por Eduardo Pérez Barrau

6 de Abril de 2.020

Poco a poco, semana tras semana, nos vamos sumergiendo en una profunda crisis económica. El goteo de datos que se van publicando y las estimaciones de las instituciones económicas certifican una recesión en este segundo trimestre del año y una depresión hacia el final del mismo. Una crisis inédita en la historia reciente de nuestro país cuyos efectos anticipan paro masivo, cierre de empresas, destrucción de empleo, incremento de la deuda pública y privada, tensiones financieras, etc. Este descalabro económico es resultado de la paralización de gran parte del tejido productivo nacional y del acusado descenso del consumo de particulares y familias. Una crisis económica que se va a amplificar por el peso que tiene el sector de los servicios en el conjunto de nuestra economía.

La microeconomía es la rama de la teoría económica que estudia el comportamiento de los agentes económicos (trabajadores, empresas, familias…) y sus múltiples interacciones. Sabemos, porque lo estamos sufriendo, que el confinamiento de gran parte de la sociedad en sus casas ha alterado, lógicamente, sus patrones de consumo. La pregunta del millón es conocer si, un vez superada la fase crítica sanitaria, el confinamiento obligatorio y las limitaciones posteriores se modificará el comportamiento económico de los hogares y, si ello se produce, en qué forma. Nótese que no me estoy refiriendo a los ingresos de las familias, que siendo esto lo fundamental, no nos da pautas de cómo, cuándo y dónde se va gastar este dinero a medio y largo plazo.

Cuando la sensación de seguridad desaparece la reacción normal de las personas es incrementar el ahorro. Este ahorro precaución no se produce en las fases iniciales de una crisis. Al contrario, el ahorro «normal» es lo que permite a las familias minimizar los daños de la pérdida de renta ocasionada por la pérdida del empleo, por lo que su montante va descendiendo. Este ahorro precaución sucede después, en la recuperación económica, y tiene su origen en el recuerdo de los malas experiencias vividas y en las carencias del estado de bienestar. Si se consolida un comportamiento de este tipo la repercusión en el conjunto de la economía pueden ser notable. No significa que sea contraproducente, puede ser necesario y hasta saludable, pero en una fase inicial puede ralentizar la salida de la crisis al reducir el consumo total en la economía.

Vivimos enchufados al crédito. Es una característica más de nuestro país. Un comportamiento común en empresas, familias y administraciones públicas. Cualquier stock inicial de deuda se multiplica cuando sobreviene una crisis económica. Errar en el manejo de la deuda, tanto en las cantidades como en los plazos para su amortización, significa agravar la salida de la crisis económica. Efectivamente. Cuando todas las familias, empresas y países se dedican a devolver las deudas contraídas la depresión económica se intensifica. Esto es así porque el pago de la deuda resta capacidad de consumo a las familias y de inversión a las empresas, se posponen decisiones de compra y menguan los presupuestos públicos. Al retrasarse las decisiones de compra de los bienes no esenciales y duraderos las empresas se ven obligadas a redimensionar a la baja su producción. Este segundo efecto obliga a reducir las plantillas de las empresas lo que acaba generando más paro. Menos empleo, menos salarios, menos consumo. Todavía hay un tercer efecto. Salarios y consumo son las fuentes principales en la recaudación de impuestos, cualquier reducción a la baja de estas magnitudes incrementa la presión gubernamental para subir los tipos impositivos y equilibrar así el presupuesto público. Este círculo vicioso, si no se logra interrumpir, profundiza toda crisis económica.

Una situación de confinamiento prolongada cuya resolución desemboque en una recomendación de distanciamiento social alterará nuestro «modus vivendi» y, por tanto, el esquema de gastos que se deriva de aquél. Evidentemente si la situación que estamos padeciendo se dilata en el tiempo se acelerará un cambio en nuestras preferencias como consumidores. Esto ha sucedido siempre de forma paulatina y casi imperceptiblemente. Con cada revolución tecnológica y con cada cambio en el esquema de valores -lo que damos importancia o no en cada momento-, las preferencias individuales y sociales han variado. La diferencia con el pasado es el calado y dramatismo de lo que estamos experimentando y, por tanto, la huella que ocasione en nuestras conductas. No resultaría descabellado pensar que en la próxima reconfiguración de nuestros intereses se arrincone lo accesorio y se apueste más por lo principal, con el consiguiente impacto en el mercado de bienes y servicios.

Hemos hablado en este artículo del efecto de la crisis sanitaria y del confinamiento de la sociedad en el comportamiento económico de los consumidores a través de tres indicadores: el ahorro, la deuda y los hábitos de consumo. Hay muchos más. Conforme se vayan publicando los datos y estadísticas sobre la marcha de la economía habrá que ir analizando el impacto de la recesión en cada sector productivo. Como nos enseña la experiencia histórica la capacidad de adaptación y de innovación, así como la limitación de los daños, determinará el éxito en nuestra salida de esta crisis.

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