ECONOMÍA MIGRATORIA
Por Eduardo Pérez Barrau. Foro B21
Algunas imágenes capturan de forma extraordinaria las complejas realidades que nos rodean. Son escenas que se despliegan ante nuestros ojos mostrando contextos sociales y económicos muy diferentes a los que estamos acostumbrados.
Una imagen que resume de manera muy gráfica esta percepción se observa a las afueras de nuestra ciudad, en el arcén de la carretera de Burceat, y tiene como protagonistas a los trabajadores del campo que recorren a diario, caminando, la distancia que hay entre la explotación agraria donde trabajan y el centro de la ciudad.
Resulta difícil pasar por alto la vista de unos hombres de origen subsahariano cargados con bolsas de supermercado, algunos vestidos con llamativas prendas de colores, y hablando un babel incomprensible minutos antes de perderse rotonda abajo por el barrio de las Huertas.
Coincide esta procesión diaria de empleados agrarios con las rutinas deportivas y los paseos saludables de no pocos vecinos de Barbastro. Un ir y venir de adultos, de condición joven, enfundados en ropas técnicas y luciendo zapatillas o bicis de última generación. Recorren la misma carretera que los trabajadores del campo pero su destino es el ocio y la naturaleza que ofrece el Somontano.
En nuestra escena unos van y otros vienen, cruzándose fugazmente en un punto indeterminado de la vía para un instante después volver a darse la espalda. Dos mundos separados, sin conexión alguna. No cabe duda que toda la secuencia es una metáfora social arrolladora de nuestra época, y el contexto socioeconómico en el que se inscribe una de las principales materias de estudio para sociólogos, economistas, políticos y demás pensadores que se devanan los sesos para saber por dónde va a tirar nuestra sociedad.
Ciertamente, hay una cara b, oculta a ojos de la mayoría de la población, que transita paralela a “nuestra normalidad”. Es el rostro de miles y miles de personas que trabajan en las actividades productivas más ingratas y penosas de nuestra economía, trabajos que los españoles rechazan por los motivos más variados y que acaban siendo desempeñados por los emigrantes, los últimos en el escalafón laboral de nuestro país.
Esta realidad migratoria sale a la luz todos los días vistiendo el uniforme de trabajadora de la residencia de la tercera edad, volviendo en bici de la fábrica llevando un chaleco reflectante o recolectando toneladas de fruta de los campos del Bajo Cinca. Y en los grandes mataderos de La Litera, en las granjas de todo tipo que están en todas partes, de peón de tercera categoría en la construcción en Monzón y en lo más al fondo de las cocinas de nuestros restaurantes preferidos. También son las manos que manipulan el tomate rosa de Barbastro en esos invernaderos de tamaño almeriense que han brotado aquí y allá en nuestro paisaje más cercano.
Hablar de emigración es, también, dirigir la mirada a nuestro modelo económico, subrayando sus beneficios y señalando sus contradicciones. Estas contradicciones, numerosas y significativas, van a influir en el devenir político y económico de nuestro país en los próximos años. Ya lo viene haciendo desde hace un tiempo.
De cómo se resuelva el desafío que supone la integración social de millones de emigrantes que residen en nuestros pueblos y ciudades, en un sistema económico en mutación, dependerá el éxito de nuestro modelo social y la prosperidad del país.