LAS COMARCAS, NADA QUE CELEBRAR
Por Eduardo Pérez Barrau. Foro B21
Sorprende la ausencia de contención de nuestros representantes políticos en las celebraciones
que protagonizan. Es el caso del vigésimo aniversario de las comarcas, evento que se está
conmemorando este año por todo Aragón revestido, para la ocasión, de cierta solemnidad y
festividad. Sorprende porque al paso que vamos, con una despoblación y un envejecimiento
galopantes, este entramado institucional erigido hace dos décadas no se sostiene otros veinte
años. No por falta de vocación política de sus dirigentes – los emolumentos que perciben
ayudan “sobrellevar” la responsabilidad- si no por que al final no habrá vecinos que
administrar en muchos de nuestros pueblos.
No hay nada que celebrar. En estos veinte años de institución comarcal la situación del medio
rural, lejos de mejorar, ha empeorado en la mayoría de los territorios. La “resistencia
demográfica” de las cabeceras comarcales maquilla unos datos de población que tan apenas
dan para alguna alegría. Pero es que la realidad es mucho peor que las cifras que venden las
administraciones. El romanticismo, el interés o, recientemente, la pandemia han llevado a
muchos ciudadanos a empadronarse en sus pueblos de origen, o donde tienen su segunda
residencia, inflándose así el número de residentes registrados. Esta diferencia entre la
población legal y la real en la localidades rurales siempre beneficia a las ciudades más
cercanas.
A las comarcas les va a tocar certificar la defunción del medio rural tal como lo conocieron sus
vecinos de mayor edad. Y es que todo ha cambiado en los últimos años, incluso, el concepto de
“vida de pueblo”; no digamos, las relaciones económicas, los lazos sociales o nuestra
aproximación al entorno natural. En este cambio, las instituciones políticas mas cercanas al
medio rural siempre han ido a remolque de los acontecimientos que definen las épocas.
Llegaron tarde para detener la hemorragia migratoria que vaciaba los pueblos el siglo pasado;
pasaron por alto el proceso de modernización económica que aconteció con la llegada de la
democracia; no supieron crear un relato atractivo para la gente que confrontara con la
“megaciudad” que estaba empezando a triunfar y cuando la sensibilidad hacia los problemas
de la ruralidad empezaban a calar en la sociedad fracasaron con las políticas dinamizadoras
que tenían que poner remedio a tanto abandono. La creación de las comarcas, como
institución política, es el epítome de todo lo anterior.
No hay nada que celebrar porque, además, no hay vivienda en los pueblos, y menos para
jóvenes; porque el trabajo que se ofrece se encuentra en la ciudad, salvo en los servicios al
sector primario o en el turismo; porque lo más seguro es que si vives en las montañas te
quedes sin médico cuando más lo vas a necesitar, o sin transporte público cuando el diésel
esté todavía más inalcanzable; y porque en noviembre, si sales de casa, no te cruzas en las
calles ni con tu sombra. No hay nada que celebrar.
En la imagen adjunta la zonificación de los municipios aragoneses sujetos a desventajas
demográficas graves y permanentes’, un análisis de la actual situación demográfica que identifica
aquellos municipios aragoneses que, efectivamente, sufren un mayor declive demográfico.