In Barbastro

URBANISMO DE GUERRA

Por Eduardo Pérez Barrau. Foro B21

Este verano una amiga me sorprendía con una anécdota muy reveladora sobre la imagen de nuestra ciudad. La historia, resumida, es la siguiente: paseaba por el centro histórico acompañando a un joven de intercambio en su primera visita a Barbastro. El itinerario turístico era el habitual de las guías. Al cabo de un rato, y entre explicaciones de los monumentos y espacios más destacados, el estudiante extranjero compartió sus primeras impresiones. Le llamó curiosamente la atención que donde debía haber edificios de época hubiera unos huecos vacíos y abandonados a la vista de todos. Preguntó el motivo, pero nuestra guía local no encontró una explicación a esta circunstancia, entonces el joven estudiante creyó dar con la causa y, convencido, exclamó “¡es la destrucción de la guerra civil!”. Por un momento había recordado que en su país había estudiado los vaivenes de nuestra historia y que este acontecimiento había salido en un examen de la asignatura de civilización europea de su instituto. Al final, con alguna aclaración cronológica de nuestro pasado pero sin una respuesta convincente sobre la razón de esta “catástrofe” volvieron al hogar que sería su residencia durante un mes.

Lost in traslation. Problemas con el inglés. ¿O hay algo más que una ocurrencia equivocada?. Para nuestro estudiante extranjero era inconcebible esta estampa de demolición fuera de las consecuencias fatales de una guerra. Su experiencia le decía que los espacios degradados eran siempre transitorios y la reconstrucción de esos lugares era siempre fiel a su momento y significación histórica. Y no se equivocaba. De esta forma se ha venido actuando en todos los países cuyo urbanismo va de la mano del progreso social y donde la importancia del valor arquitectónico es un preciado activo que legar a las futuras generaciones. Es más, en las sociedades más civilizadas cuando se decide conservar un destrozo urbano es porque se busca inmortalizar un acontecimiento trágico con la intención de que no vuelva a suceder.

En Barbastro, para sorpresa del joven extranjero y para muchos de sus ciudadanos, no es así. Un par de ejemplos muy significativos. Nuestra catedral puede estar durante años rodeada de la mismísima ruina y nadie pondrá el grito en el cielo para reconstruir la belleza del entorno y es que de las garras de la decadencia urbanística no se libra ni la iglesia. La Universidad de nuestra ciudad, la Uned, posee en propiedad un solar, justo enfrente del edificio principal de la institución académica, convertido en un vertedero estético; un espacio que, ya me corregirán, no parece dar una buena imagen de excelencia “a la vista” de sus alumnos y profesores. Y así con otros tantos terremotos visuales que te topas, sin ninguna casualidad, cuando paseas por la ciudad.

No es la guerra la causa reciente del deterioro urbanístico de Barbastro. Es, lisa y llanamente, consecuencia de las decisiones políticas y técnicas llevadas acabo por la administración municipal. Significa esto que los culpables de esta situación han sido elegidos, nombrados o designados siguiendo los procedimientos democráticos, tanto los representantes políticos como los trabajadores de la función pública.

Es indudable, por tanto, que hace falta una nueva política urbanística en nuestra ciudad al certificarse el fracaso de la actual, y que para lograr la plena efectividad de sus objetivos se debe ampliar el foco de la responsabilidad pública a los empleados municipales directamente implicados. Efectivamente. Si los equipos de gobierno del PSOE en el pasado, o en la actualidad el respectivo del PP, han sido incapaces de resolver las “patatas calientes” del urbanismo de Barbastro, aun teniendo -se supone¿?- la mejor de las voluntades, entonces se puede concluir que el problema que paraliza el urbanismo de nuestra ciudad puede provenir, también, del equipo de técnicos y trabajadores de dicha área municipal. Esta certeza va tomando forma al comprobar el deplorable estado de muchos edificios cuya inspección depende de sus labores de supervisión, la discrecionalidad de ciertas prácticas que vienen denunciando muchos arquitectos y la escasa contribución, en general, de los responsables del urbanismo al desarrollo de la ciudad. Esta realidad, cada día más evidente, nos lleva a conclusiones todavía más misteriosas que dejaremos para otra ocasión.

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