In Aragón, Barbastro, Foro B21, Huesca

 

A veces las inercias sociales y económicas generan una realidad al margen de lo establecido. Otras, sin embargo, crean nuevos marcos de relaciones que se van configurando alrededor de las oportunidades que ofrece un territorio. De entre estas, algunas pocas, acaban superando, por desbordamiento, a las administraciones políticas de las que dependen.

Algo así sucede con lo que, desde hace años, se ha venido a denominar Eje Barbastro Monzón Binéfar. Una idea que nació de la proximidad y la complementariedad, huérfana desde un inicio de liderazgo político y empresarial pero con una incontestable capacidad de vertebrar la realidad económica de la zona oriental de nuestra provincia.

Sin miedo a equivocarnos podemos afirmar que la progresiva configuración del Área Económica del Cinca (AEC) representa el hecho más relevante de la historia reciente de las ciudades que lo integran y ello, a pesar, del minifundismo político donde se desenvuelve.

A día de hoy, el ecosistema económico donde nos relacionamos excede en mucho al ámbito local y, por tanto, a la planificación que puede realizarse de la misma desde nuestros municipios. Así lo atestigua el Instituto Nacional de Estadística en su estudio sobre los movimientos laborales. La población vinculada, en denominación de este organismo, alcanza más de dos mil personas en su ir y venir entre nuestras ciudades y pueblos cercanos. A este contingente hay que añadir la población escolar desplazada, generalmente, a la respectiva cabecera comarcal desde localidades próximas.

Atendiendo a esta situación la convergencia entre nuestras economías es la tendencia natural de nuestras ciudades y la movilidad social su cadena de transmisión. Un mercado laboral que ve ampliada sus oportunidades a más sectores productivos. Un empresariado que dispone de más opciones para el desempeño de su actividad. Una especialización relativa de cada ciudad que se compensa con la diferente estructura empresarial de la ciudad vecina. Y todo, a la vez, con ese efecto multiplicador que aparece en toda economía cuando el tamaño de sus mercados aumenta.

Añadamos a lo anterior las dotaciones de servicios públicos que por su diferente ubicación debemos compartir: hospital, hacienda, universidad, etc. y que, en su vertiente de usuario ocasional, quedan fuera de la estadística referida.

Pero hay más premisas a considerar. Entre ellas, que la neutralidad, en sentido económico, no existe. Efectivamente. No es baladí que el diseño y construcción de una autovía esté, más o menos, alejada de la ciudad a la que debe servir. Como no es menos importante que una infraestructura ferroviaria tenga más relevancia en una ciudad y no en otra, por su natural emplazamiento.

Tampoco hay neutralidad si se instala – o desaparece- una empresa en una localidad próxima. Las rentas y trabajos que de ella se obtienen benefician, con diferente gradación, a toda su área de influencia. Como, también, afecta a todos la existencia de una actividad contaminante sólo por su mera cercanía. Estos son ejemplos de las consecuencias, positivas o negativas, de la vecindad.

De todo lo expuesto podemos deducir un principio de política económica. Si la vinculación (social y laboral) es creciente y la neutralidad (económica) no existe, la soberanía (la política local) deja de tener potencia a efectos del desarrollo de la ciudad.

Esta conclusión no constituye una amenaza a la autonomía municipal representada por el área de desarrollo ni le resta capacidad para realizar una labor relevante. Significa que perder la perspectiva de la estructura económica de «todo» el territorio conlleva ineficacias en la iniciativa pública y por tanto, pérdidas irreparables para toda la ciudadanía.

Corregir esta disfuncionalidad debe constituir el reto de la acción política y de la sociedad civil estos próximos años.

Publicado en El Cruzado Aragonés el 2 de Agosto de 2.019
por Eduardo Perez Barrau, miembro del Foro B21

 

 

 

 

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