PROPUESTAS Y PRESUPUESTO
Por Eduardo Pérez Barrau, miembro del Foro B21
La elaboración del presupuesto de nuestro ayuntamiento está poniendo encima de la mesa las diferentes propuestas de los partidos políticos para la mejora y desarrollo de nuestra ciudad. Un ritual democrático donde se muestra la relación de actuaciones e inversiones que según cada partido político debe incluir el presupuesto municipal y con ellas las dotaciones económicas para su cumplimiento.
Estudiando tanto las propuestas anunciadas como el funcionamiento de nuestro ayuntamiento podemos extraer algunas conclusiones sobre la efectividad futura de estas iniciativas y sobre la capacidad de llevarlas a la práctica. También, y esto es importante, si se enmarcan en un plan coherente a largo plazo orientado al progreso de la ciudad.
1. «Más fácil proponer que ejecutar».
Por el desempeño de las administraciones públicas sabemos que el anuncio de una inversión, incluso si esta aparece en un documento principal como un presupuesto, no significa necesariamente su ejecución. Una mala práctica que tiene que ver con la integridad de la política actual, la demoscopia partidista y un extendido autoconvencimiento consistente en presuponer que con el mero anuncio ya toma forma cualquier iniciativa.
No menos importante en este apartado es la capacidad de llevar a cabo lo que se propone. Aquí juega un papel decisivo los funcionarios y empleados públicos cuyo concurso es fundamental para llevar a buen puerto toda inversión. Son, pues, una pieza en el engranaje de un ayuntamiento tan importante como nuestros políticos.
2. «Mejor una buena ley que mil presupuestos»
La relación de inversiones planteadas que nos alegran la estima local cada final de trimestre son la punta del iceberg de la acción de gobierno de una ciudad. Así es en todas las administraciones serias y así debe ser en nuestro ayuntamiento. La política de inversiones o de subvenciones palidece comparada con la eficacia de la acción legal que puede desarrollar un ayuntamiento. Una buena ordenanza de convivencia, un buen reglamento interno o una política de desarrollo avanzada tiene un efecto multiplicador en todas las áreas de la vida de la ciudad mucho mayor que el impacto del presupuesto de inversiones anual.
Más desatención recae en el lado oscuro de la fuerza inversora. El capítulo de ingresos del ayuntamiento es el reverso de la política presupuestaria sin la cual el equilibrio financiero desaparece. Hablar de impuestos, de tasas o precios públicos no vende. Pero es necesario, en aras a la honestidad, abordarlo política y técnicamente.
3. «Buena estrategia, peor táctica»
Por desgracia sucede al contrario. Todos los gobiernos tienden a emplear el presupuesto para sus fines más inmediatos. Descaradamente cuando hay unas elecciones próximas. Hay que seducir y contentar a un público votante cada vez más descreído y a un sinfín de grupos de interés: pensionistas, autónomos, agricultores, etc. A todos se debe llegar y a todos se debe proveer.
En una ciudad como la nuestra seguir este triste postulado es, si cabe, un error mayor. Hay que poner las luces largas para observar que todo futuro al que queramos aspirar se consigue con estrategias sólidas y compartidas. Sin tactismos cortoplacistas. Anteponiendo el interés general a las más bajas pasiones partidistas.
Todas las propuestas se deben sustentar en un plan que las integre y que obligue, con sus plazos y sus costes, a su puesta en marcha. Sin este sostén que proporciona la más elevada estrategia política se corre el riesgo que tantas buenas iniciativas se acaben diluyendo en una maraña burocrática y perpetuándose sin solución.
Tocará valorar, con el tiempo, si el presupuesto es una poderosa herramienta de la política económica municipal, o bien un mero trámite administrativo. La diferencia radicará en hacer de su cumplimiento un compromiso, en la capacidad que contenga para mejorar la calidad de los servicios públicos y en las claves que establezca para favorecer las oportunidades económicas para la ciudad. Esperemos.
